El zumbido

Daily ranting on a bossy chick's life.

3/30/2005

Vallarta y Nayarí

Pues me dí una escapadilla por ahí...

Me fui unos... 4 días a Puerto Vallarta a pasar Semana Santa con Marie, Mari, Tania y su novio. Pues primero tomamos un tour acá todo incógnito del Tec Milenio, que nos costó 3 mil pesos... bastante razonable.. habitación y transporte.

Pero OH cuál va siendo nuestra sorpresa al encontrarnos que quienes estaban en el tour era puro puberto de 18-19 años. Y no es que yo sea una adulta en todo el sentido de la palabra, pero se notaba muy cabrón la diferencia de edades... desde el desmadre que se armó en el camión (todos fumando, cosa que me super cagaaaa por la alergia y por que eso es no tener conciencia de que algo se puede incendiar dentro del camión) hasta el desmadre de los grititos y ondas así... pero bueno, después de 19 horas de camión (LEYERON BIEN) llegamos al puerto y pues estuvo... bien... Parecía que nos habían estafado con el hotel pero la verdad por 3 mil pesos, qué podíamos esperar? Yo nomás quería un lugar donde dormir, bañarme y dejar mis cosas. Aparte no estaba tan mal, la verdad. Por fuera se veía muchísimo peor de lo que estaba por dentro.

Total, que sin contarles mucho el pedo, nos desafanamos de ese grupito del tour y nos fuimos por ahí a conocer Vallarta. Me gustó un chingo, la verdad. Así como que pueblito meets the sea. Está a gusto, de hecho se me hace que uno lo llega a disfrutar muchísimo más cuando no es temporada alta, por le ambiente de relax que se respira en todo el centrito. Pero pues ahí vamos a una playa en Semana Santa y sobre aviso no hay engaño. Estaba hasta el moco de gringos y mexicanos y de todo había en la playa. La neta no me había pegado la realidad de que muchos de las maras en Los Angeles también van de Jalisco, así que me encontré con puro hommie mexicano, pero ps x, es medio mi ambiente, qué no?

Total, ninguna noche entramos a ningún bar por que estaban carísimos e ibamos en plan austero. Nomás una noche nos metimos a La Bodeguita del Medio, la franquicia del bar cubano en donde Hemingway firmó en la pared en la Habana una vez y así lo puso de moda. Muy ricos plátanos machos :D (Ay, estoy omitiendo que Mariela y yo concursamos ahí de que a ver quién bailaba mejor salsa, junto con una compatriota, pero ps ganó la otra chava, x, no hay fijón.. jaja a mí me ardía la alergia y Mariela no podía bailar bien con su minifaldis)

Ah pero lo importante del viaje fue que fuimos a Sayulita y San Francisco en Nayarit. awww qué bonito. Bueno, Sayulita está "chido" pero estaba hasta la madreeeeee... y no sé.. a mí se me hizo como que era la prostitución de la idea del hippie.. todos quieren ser hippies ahí. Eso sí, la arena y el mar está de poca madre ahí, pero estaba muy lleno y muy cochino.

De no haber sido por Mike, el chavo que conocimos en el malecón un día con su shi-tzu Naela, nunca hubiéramos sabido de la existencia de San Francisco, y no nos hubiéramos enamorado del lugar. Ahí está todo más kranki, y aparte hay una lagunita frente al mar, asi de que cruzas como 50 m de arena y estas en el mar, y de regreso y es la laguna. Está men monito. Y pues ahí conocimos a Marco(s), un argentino de buen lejos, buen cerca y mal moco, pero que nos ofreció casa en Buenos Aires por si llegábamos a ir pronto.

Men monito.
Nos inspiramos a ir por ahí de diciembre a recorrer las playas vírgenes del país o Chiapas o Oaxaca o algo... por si no tenemos suficiente dinero para hacer esas otras mil cosas y recorrer esos otros mil lugares a los que queremos ir.

Las vacaciones sirvieron de descanso, pero también para darme cuenta de que la escuela realmente me molesta. :(

3/22/2005

Me merezco un "hola".

Mejor lo escribo aquí a mandarte un mail o mensajito, que al cabo da lo mismo: no lo vas a leer o te lo vas a pasar por encima.

Solo un "HOLA" y desaparécete de una vez, para siempre.
Y ya no me digas lo que quiero oír cuando te ultimatée.

Salte de mi vida, loco.

Me. Myself. The one next to me.

Weird.
Ahora resulta que traigo un espíritu pegado.

Se sintió raro enterarme -por cuestiones que no quiero dilucidar aquí ante todos-, pero fue muy extraño. Conozco al espíritu que traigo pegado, bueno... más bien, conocí. Y se siente raro saber que -según apreciaciones místicas- lo tengo que dejar ir. Siento como si lo fuera a traicionar, como si fuera a tirar a la basura todos esos recuerdos chidos nomás por que me dicen que tengo que dejarlo ir por que me está limitando.

Por otro lado, ¿qué tan cierto es lo místico y lo esotérico? ¿Cuánta verdad hay? ¿Qué tan cierto es que existan visiones sobre ver muertos, y más que nada, ver a muertos aquí, con nosotros, con las personas? Ah, por que eso no es todo, no me lo vieron a mí. Me vieron representada en una visión de mi mamá. IT WON'T GET MORE WEIRD THAN THIS.

Lo raro son las últimas referencias a que yo "traigo algo", y eso me lo ha dicho gente con la qu eno tengo mucho contacto o a quien hace mucho tiempo no veo. ¿Será?

Lo que sí, es que estos últimos días me he sentido como hace mucho no me sentía. Ese mismo sentimiento cuando el todavía estaba aquí.

¿Cuánta carga es mía y cuánta tuya?
Déjame ir.

3/20/2005

Los plazos

Uno.


Es increíble como, de una semana en la que todo me estresaba o me hacía sentir de alguna manera, en la que incluso creí que todos me jugaban cosas nomás por joder... ahora no siento nada. Vacío. De repente me vacié -no sé cómo- y no siento nada... como si mirara adentro y todo se fue... ¿será por que es semana santa? o ¿qué?


Dos.

Tengo 8 días y contando... para deslindarme de muchas cosas. Por el momento nada me está haciendo daño al punto de quebrarme, pero tengo ocho días. Espero poder llegar a acuerdos conmigo, sobre mi sadomasoquismo personal y pues por qué no... tengo 8 días para huevonear y divertirme...


Tres.


Saber de tí sin saber de tí es tan raro como se oye. Se siente extrañísimo, despierta mi curiosidad, pero no me despertó el pasado, contrario a lo que mucha gente creería. Finalmente puedo decir que te recuerdo y no siento un hoyo adentro. Y en eso del recordar va tanto lo chido como lo no tan chido y lo feo. Desde tus dedos en mi nuca, hasta lo verdadero que se sentía, hasta el tiempo, y tus cambios, todos tus cambios.
Creo que hice bien en no escribirte la carta que tenía pensado.

3/14/2005

La diferencia

La diferencia entre tú y yo es que yo me expongo a la crítica masiva, y tu pones un comentario negativo referente a mi arrogancia y lo firmas como anónimo.

Eso nos hace realmente diferentes.

3/13/2005

Todos jugaron conmigo.

A nadie le basta.
Tenían que jugar conmigo.

Primero Richie.
El sábado nos reunimos en el Café Buzz para platicar con Violetta, que venía a pasar dos semanas en Saltillo después de su estancia en Londres. Para empezar, yo no sabía que Richie iba a ir. Entonces llego al café y lo veo sentado en una mesa, y asumo que estaba con nosotras. Llego a la mesa y:

- Hola Richie, ¿y Violetta?
- Siéntate y ordena algo.
-¿Porqué? ¿Qué pasa?
-Tú siéntate y ordena algo.
-¿Le pasó algo?
-Siéntate.
-A ver, ya dime.
-Es que Violetta no va a venir, quiso que te dijera esto aprovechando que ya habían hecho una cita. Terminando nos vamos a ir a su casa.
-¿Y qué me tienes que decir?
-Que estoy enamorado de tí.
-¿Qué?
-Si, desde que te conozco, me enamoré de tí.

Y que cuál fue mi reacción: llorar como una Magdalena. Algo se disparó adentro de mí. Me gustaron esas palabras pero algo se disparó, algo en lo que tengo que indagar. Pero bueno.... Yo estaba llore y llore, y no podía controlarme. Y nada más oigo a Richie decirme: pero, ¿qué te pasa?, ¿estás bien? Sabes qué, mejor olvídalo. Y en eso ya que levanté la mirada me dice: Era broma, Flai. GRRRR.. me dio risa pero luego si noté su cara de preocupación.. y bueno, la verdad que no tengo por qué enojarme con él.. pero, qué pedo con su bromita. Al final, Violetta terminó llegando un tiempecito un poco más tarde, pero nos la pasamos chido.

Después, el domingo mientras le tomaba las fotos a Carmen, mi cámara no quería funcionar, a pesar de que le compré una pila nueva de 100 pesos... pero nomás no quería funcionar. En eso, cubrí a Carmen con un plástico y Carmen sólo me dice: "Como que me siento mal", se quita el plástico y se cae y se pega en la cabeza con la piecera de la cama del cuarto de mis roomies. Entonces yo, entre que me reía y entre que me preocupaba, le dije.. Carmen, ¿qué te pasa? y nomás se voltea y me dice "¿De qué?" Y yo... Carmen, ¿estás bien?, "Si, Claudia". Y en eso , vuelven sus ojos a ella y dice "¿Me desmayé?" WHAAAAAAAAT? Casi me muero de un infarto, estuve tratando con su inconsciente... me dio muchísimo miedo, pero después ya cuando reaccionó y me pidió azúcar y agua, me pidió disculpas...

Y luego, René.... jugando conmigo que se iba a España por un año a vivir...
mmm...
Pues podrá no estar en España, pero como si lo estuviera.
A ver si para el 2006 lo veo, por lo menos para decirle algunas cosas.

3/09/2005

Y yo..

Y yo ya me propuse...

Quiero aprender a bailar, y ya saqué nombres de ginecólogas, por que creo que necesito un estudio.

Aprender a bailar

por Elena Santibáñez

Si cuando mi madre me gestaba se hubiera practicado un ultrasonido como es común hoy en día, tal vez mi padre habría tenido tiempo de hacerse a la idea de que por más que lo deseara yo no podría llamarme Aquiles ni ser el heredero de sus glorias. Sin embargo, el asunto no le causó mayor conflicto: me puso el nombre que llevo y me siguió considerando el primogénito que enaltecería a su estirpe. Así empezó todo.

Yo no lo recuerdo, pero es anécdota conocida y aún comentada en mi familia el que yo a tempranísima edad hablaba de manera fluida y conocía toda clase de palabras altisonantes, que no sé si mi padre me enseñaba pero, según dicen, sí se encargaba de hacerme repetir.
-A ver Elenita- decía señalando una serie de ronchas en mi cuerpo--, dile a tu tío qué te pasó en tus piernitas.
-Me chingaron los pinches moscos-- respondía yo de manera presta.

Lo que recuerdo son mis juguetes con los que, si he de ser sincera, me divertía bastante: pistola de sheriff al cinto, estrella plateada en la camisa y sombrero vaquero en la cabeza; trenes, trompos, baleros y cochecitos, entre otros juguetes que distaban mucho de ser una Barbie. Fue un caso excepcional la Navidad en que me regalaron una estufa y una licuadora eléctricas con un juego de trastecitos de aluminio.

En una de las cacerolas intenté freír un trozo de carne al calor de la poco competente estufa y moler un jitomate en la licuadora, para alimentar a mi ejército de soldaditos de la Segunda Guerra Mundial. Ni una calentó ni la otra molió y ambas se fundieron al os quince minutos frustrando mi deseo de abastecer a las tropas.

Así como acepté que mis juguetes no eran como los de las otras niñas, asumí que mis atuendos también eran distintos. Cuando cursaba el cuarto grado de primaria, mi padre, norteño orgulloso de su tierra y fiel a sus rancias modas, me mandó hacer unas diminutas botas a imagen y semejanza de las suyas que yo calzaba con serena gallardía.

Estimulada por las tendencias vanguardistas de mi madre quien, por razones distintas pero igualmente llenas de convicción que las de mi papá, contribuyó a moldear mi anómica personalidad y atípica apariencia, lejos de mortificarme aprendí a lucir con garbo mis asimétricos cortes de pelo y desafortunados peinados. Bajo el conjuro de la frase "soy diferente" aprendí que lo bueno de hacer el ridículo es que se le pierde el miedo.

Entré con paso firme a la adolescencia caminando sobre mis botas de "suela de tractor" y mirando al mundo a través de los pesados cristales de mis anteojos. A los 14 años tenía dificultades para relacionarme con las jovencitas, y con los muchachos, que ya empezaban a gustarme, pero cuya atención no sabía cómo llamar.

No fue precisamente cómo me hubiera gustado, pero desarrollé una efectiva forma para liarme con mis compañeros varones: los puñetazos y las agresiones con objetos contundentes (paletas de butaca, por ejemplo); con estos métodos le reventé la boca a varios y descalabré a uno que otro. Claro que llamé su atención y, en ciertos casos, incluso desperté su admiración. Desde entonces, el universo masculino se mostró ante mí dividido en dos bandos: los hombres que nunca se detendrían ni a mirarme y los que serían mis grandes amigos y compañeros de andanzas. Entre el segundo grupo surgieron mis primeros novios, y posteriormente, mis maridos.

Mis relaciones amorosas inevitablemente se vieron signadas por mi sui generis historial de "marimacha". La percepción sobre mí misma se fue alterando al grado de sentirme "disfrazada" si usaba faldas o zapatos que no fueran mis habituales botas de minero. Recuerdo una tarde que estuve en la casa de un cuate de la prepa haciendo una tarea, cuando su hermanito, como de diez años, me preguntó con un cierto tono de sorpresa:
- Si eres mujer, ¿por qué fumas y hablas como camionero?
No supe que contestarle y sólo me cagué de la risa por su pregunta. La verdad es que en el fondo me sentí halagada. Muchos años después, durante un largo proceso de psicoanálisis, entendí por qué frases como ésas me hacían sentirme estimulada. El efecto era el siguiente: por un lado, me sentía diferente como mi mamá pretendía, y por el otro, al menos me parecía al hombre que mi papá deseaba.

Aunque mis noviazgos y matrimonios tuvieron entre sí abismales diferencias -y todas ellas tuvieron intrínsecas problemáticas-, la parte conflictiva para mí solo tuvo dos variantes: la relación no funcionaba porque el hombre a mi lado tenía tanto o más aplomo que yo, es decir un carácter fuerte y una tendencia natural a llevar la batuta, lo cual a la postre se volvía irreconciliable porque yo tenía exactamente esas características. Aunque necesitaba un hombre fuerte a mi lado, sólo sabía competir con él, y por supuesto, quería ganarle.

La otra, era que le hombre a mi lado no encontraba en mí la parte fuerte que él no tenía y entonces yo terminaba resolviéndole la vida -a pesar suyo, inclusive- es decir, controlándosela. Este esquema podía haber funcionado si yo hubiera querido realmente eso, pero a la postre tampoco me hacía feliz. Después de cuatro intentos fallidos de establecer una pareja empecé a entender que el probla no era de ellos sino mío y que, básicamente, se resume así: yo quería un hombre que me amara, me deseara y me protegiera, lo cual revestía un problema de entrada: yo nunca se lo permitía a ninguno.

Es difícil que un hombre siquiera intente sacarte de una bronca, apapacharte o rendirse de amor a tus pies, cuando tu andas por el mundo con tu letrero de "Yo puedo sola", avalado con una actitud de "y el que lo dude que se forme porque yo sí me lo tupo". Hace muchísimos años que no me lío a golpes con nadie, pero deshacerme de mi "sistema de choque" para relacionarme con los hombres que me interesan me ha llevado mucho tiempo.

Hace tres años me separé de mi última pareja y decidí enfrentar al tigre: empezar a buscar a la mujer que soy y que siempre tuve escondida y sojuzgada dentro de mí misma. El proceso ha sido doloroso y difícil, y se ha ido entrecruzando con todas las líneas de mi telaraña amorosa: mis hijos, mis padres, mis amigos, mis ex maridos. La situación la expresó muy bien un amigo con quien platiqué recientemente y me hablaba de sus clases de baile:
- El chiste es el acoplamiento, que consiste en que el hombre "lleva" a su pareja, le marca con movimientos de la mano cuándo dar la vuelta, dar un paso o dos, hacia dónde moverse. Por su parte, la mujer "se deja llevar" y si en lugar de oponer resistencia, se pone flojita, pues el baile fluye y se vuelve totalmente disfrutable. La cosa es que cada quien tenga claro su rol: uno conduce y el otro se deja conducir, pero juntos hacen el baile.

Por eso nunca pude consolidar mis relaciones de pareja: con unos no me dejé "conducir", opuse mi fuerza a la de ellos y eso no sólo nos impidió acoplarnos, sino que terminamos dando traspiés que nos hicieron rodar po rel piso; con otros tuve la posibilidad de ser yo quien condujera sin que ellos ofrecieran resistencia, pero el problema era que yo no quería conducir y abandoné la pista.

Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no levantaré mi voz ni mi copa para congratularme por los logros históricos del género femenino -el derecho a votar, a estudiar, a ocupar puestos políticos y académicos, a participar del arte y la intelectualidad, etcétera-; tampoco celebraré mis logros profesionales ni económicos -la publicación de mi primer libro, mi cambio de departamento, mi próximo viaje al otro lado del océano, entre otras cosas-, sino el hecho de haberme descubierto, hace muy poco, sintiéndome bien sobre unos altos tacones y dentro de una falda muy corta; de recibir miradas concupiscentes a mi paso; de querer cocinar (y hacerlo bien) para mis hijos y la gente que quiero; de aceptar mi vulnerabilidad frente a un hombre que me gusta y darme el chance de al menos intentar relacionarme de otra forma.

Lo que quiero en este momento de mi vida, como en el baile, es ser llevada por un ohmbre que con suavidad sugiriera mis pasos, sin imponer su ritmo, si no conduciéndome con delicadeza a un entendimiento donde los dos podamos construir un movimiento compartido. Eso celebro, el ser una mujer que quiere aprender a bailar.

El via crucis femenino

por Verónica Maza Bustamante

Todo empieza cuando, siendo todavía una niña, un día comienzas a menstruar. Tu madre te dice que es un momento especial porque desde ahora eres una mujer y, aunque no sería lo óptimo dada tu edad, ya estás capacitada para procrear. Tú escuchas sus palabras como un eco lejano. Te preguntas para qué carajos querrías un hijo y tu mente no puede alejar el recuerdo de tu pantaleta cubierta por un algo viscoso y colorado. Lo que todavía no sabes es que acaba de empezar tu martirio, que, de ahora en adelante, la palabra "ginecólogo" se convertirá en la más frecuente que a nivel médico puedas escuchar a lo largo de toda tu vida.

Quizá tomas conciencia en el momento preciso en que tienes tu primer cólico, cuando sientes en la parte inferior del vientre un dolor tan intenso que te hace palidecer, que te provoca náuseas y, sobre todo, te origina un sentimiento de vergüenza nunca antes conocido. En tu casa no saben si llevarte al pediatra o al ginecólogo. Mientras tú estás acostada en posición fetal, tus hermanos y tus padres deciden por unanimidad que ya estás grandecita y debes ir a este último.

Cuando llegas, el doctor te habla con cariño pero aún así te aprieta el vientre en la parte en donde se localizan los ovarios, te pregunta si te duele y te vuelve a apretar en círculos con sus dedos. En ese momento dejas de mirar el techo y te preguntas para qué servirán esos fierros plateados que ostenta la cama en su parte inferior. La duda te queda hasta que, años después, cuando llevas una vida sexual activa, vuelves a visitar al ginecólogo y comprendes que en esas estructuras metálicas, que más bien parecen parte de un instrumento digno de la Inquisición, van tus piernas.

Lo peor de estar en la camilla de un consultorio ginecológico es que nunca ves lo que te están haciendo y la imaginación te puede llevar a extremos por demás desesperantes o, incluso, perversos. Lo único que puedes mirar son tus muslos cubiertos por una tela de color azul y la cabeza del doctor subiendo y bajando al otro lado de esa especie de tienda de campaña tras la que se esconde algo que tú nunca verás a detalle. Eso sí, sientes y bien. Puede ser que tengan que dilatarte con una paleta plástica o que simplemente te hagan "el tacto". En el primero de los casos, piensas que es imposible que tu vagina se abra tanto, que sería mejor que te estuvieran violando dos negros al mismo tiempo que soportar esa cosa por varios minutos. Pero, bueno -te consuelas-, por ahí saldrán mis hijos y seguramente serán mucho más grandes que ese aparatejo. La segunda opción es menos dolorosa pero más complicada a nivel psicológico. Cuando el médico introduce sus dedos para hacer la exploración, no sabes si debes mirar el techo y pensar que tienes que ir a visitar al osito panda en el zoológico de Chapultepec, o cerrar los ojos para fantasear que estás con tu hombre en una playa desierta y que lo que estás sintiendo no es más que el resultado de su pasión. Sin embargo, vuelves a la realidad de sopetón cuando sientes que alguien menea tus ovarios de un lado a otro y abres los ojos para descubrir, con terror, que de la tienda de campaña sale un sonriente chaparro bigotón que se quita los guantes con un chasquido.

Maldito ginecólogo, piensas, y aunque sabes que cada seis meses tienes que verificar la existencia de células anormales en el tejido uterino mediante ese temido estudio llamado Papanicolau, terminas entrando en la estadística que señala que 80 por ciento de las mujeres no se lo practican, y pueden pasar tres o cinco años sin que te lo hagas, un poco por desidia y otro tanto porque detestas visitar el consultorio. Lo que tal vez desconoces es que una de cada nueve mujeres mexicanas fallece a causa de cáncer de mama, que el cáncer cervicouterino origina una muerte cada dos horas (al año dejan de existir cuatro mil 500 mujeres, por lo que se ha convertido en la primera causa de defunción entre la población femenina) y que el Papanicolau no sólo descubre células cancerígenas -que se pueden eliminar si se detectan a tiempo-, sino también bacterias, hongos, virus y parásitos.

Porque, mi reina, existen otras monadas escondidas en tu aparato reproductor con nombres tan absurdos y extraños que ni en tus peores pesadillas podrías visualizar: candida albicans, tricomonas, vaginosis bacteriana, herpes, gonorrea, sífilis y condilomatosis, esta última producto del virus del papiloma humano, el cual a últimas fechas se ha convertido en el terror de los ginecólogos por ser contagioso, no mostrar ningún síntoma y estar asociado en un 95 por ciento al cáncer cervicouterino. Eso sin mencionar los quistes o miomas uterinos, que te producen dolores insoportables, sangrados abundantes y problemas para concebir.

Cuando comprendes todo esto, la paleta plástica termina siendo una bendición e incluso te deja de importar que a lo mejor en ese mismo potro de tortura en donde colocas tus posaderas, hace unas horas se practicó un legado clandestino. Sin embargo -oh no, aún hay más- ahí no termina tu calvario, porque al paso de los años surgen otros problemas. Cuando entras a la menopausia y te llegan los bochornos, se alteran tus hormonas y pones en riesgo 30 años de matrimonio debido a tus diabólicos cambios de humor, extrañas esos días en que, en plena junta de trabajo, sentías cómo te bajaban los cuagulos menstruales y no sabías si salir corriendo o quedarte sentada hasta el final de los tiempos.

Maldita edad, piensas entonces, porque después de los 40 años debes practicarte un examen rectal cada 12 meses y una rectosigmoidoscopia cada 36 para desechar la posibilidad de tener cáncer de colon, además de que te encuentras en riesgo de padecer osteoporosis, esa enfermedad que provoca la pérdida de resistencia en los huesos.

Finalmente, no te queda más que agradecer que la medicina moderna vaya evolucionando a mil por hora y encuentre remedio para muchos de esos males siempre y cuando sean detectados a tiempo. Aunque eso sí, seguramente hasta el día de tu muerte permanecerá en tu memoria la idea de que la culpa de todo la tiene Eva y su desgraciado pecado, a pesar de los beneficios que haya conseguido, como diría el chiste, al convencer a Dios de que le dejara pagar su penitencia de sangrar durante toda la vida, en cómodas mensualidades.

3/01/2005

Opinionated, neuras y ansiosa.

Héme aquí.
A veces me pongo a pensar si me daría miedo conocer a alguien como yo. Léase, no "conocerme", sino que alguna vez en la vida me cruzara con alguien como yo. Igual, con las mismas opiniones, esa misma ansiedad que no entiendo pero que a veces me come desde adentro como una tripa antropófaga dentro de mí.
Qué miedo.
Pero ni modo.

Otras veces me pongo a pensar en que debería ser más..... "cliché", tener más opiniones comunes, ser una de esas chavas que tienen a miles de viejos a sus pies por que calladitas se ven más bonitas... pero luego me acuerdo que no me trajeron mis papás a este mundo para albergar un frijol entre ceja y ceja. Ni modo.

Y a veces me dan ganas de sacarte de mi cabeza por que me secuestra una necesidad de verte, y una impotencia por tu muy bien ensayada timidez, y mi mal ensayada calma, mi muy mal ensayada calma.

Pero ni modo.

Ni un méndigo shampoo de la suerte me quita todas esas inquietudes. Pero es parte del rush, es parte de la emoción, es parte de lo que uno quiere poner en la lista de "arrepentimientos" cuando todo sale mal. Pero a mí me viene valiendo madre por que no es la primera vez, ni tampoco será la última.